
Algunos nombres pertenecen a la interminable lista de incorruptibles guardianes del poder. Con gran ahínco y tesón se encargan día a día de promover el más rancio de los status quo, la más miserable de las dependencias: la pela es la pela... y tiro porque me toca (a mí, no a ti). Entre ellos encontramos a nuestro amado Paco Vázquez, controvertida figura que puede citar indistintamente a Ernst Bloch o a Monseñor Escrivá de Balaguer, incluso dentro del mismo discurso, con una gimnofléxica virtud para batallar en todos los frentes del euro vil. Abandonando su ciudad, a la que bien pudieran cambiar de nombre, rematando de una vez por todas con la dicotomía tan otrora citada de la dichosa L, tuvo en bien no hacerlo sino por la única que le pudiera otorgar mayor cercanía con el Altísimo: el Vaticano. Ignoramos si su idea de la virtud pasa por el blanco inmaculado del Sr. Mazinger o más bien por los turbios negocios de la Mayor Empresa Jamás Montada, aunque nuestra enferma intuición nos hace decantarnos por esta última opción. Allá en el Vaticano todavía se agitará con los graves problemas que arremeten contra su feudo (el botellón, la inseguridad de las abuelas,...) y no dudará en llamar, como bien acostumbrados los tiene, a cualquiera de sus acólitos de baja moral y mucha cuerda para ejecutar sin demora alguna la conveniencia de turno, gatopardiana acción que en sí misma es nula. Es por ello que proponemos una nueva etiqueta para esta esquina de tierra que pretende ser ciudad, en la que, por avatares del destino (hay quien nace con un apellido, otros lo hacemos, y ya con ello tenemos condena suficiente) venimos respirando, pues vivir, lo que se dice vivir, eso es otra cosa. Sí. Pacotilla. Bienvenidos señoras y señores a la nueva Pacotilla.
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