19 ago 2014

La muerte de los sueños

Hoxe, Rodri Suárez, comparte no Facebook o peche do Josman, un dos primeiros videoclubes da cidade, xunto co Siglo XXI nas Conchiñas, o Video Club 83 en San Andrés (do que tiña o orgullo de ser o número 110) inauguraron un sector innovador e moitas veces alegal, pois, o mesmo que sucedeu ca copia dixital a principios dos 2000, a lei non estaba feita para unha nova realidade, dinámica, difícil de atrapar entre dúas marxes. Eu teño o meu primeiro recordo de videoclube (ou similar) nun baixo da avenida de Fisterra que por 10000 pesetas (moitos cartos no 81, creédeme) ofertaba copias de Superman, ou mesmo da Guerra das Galaxias para aquel Mitshubishi de 20 cm de alto e flamante mando a distancia inalámbrico que meu pai conseguira a cambio de unha débeda impagada. O prezo prefiro, por decoro, non mencionalo.
Ainda que o meu recente pasado rural (Utrera, Puerto Real...) mantivo a pantasma da desaparición dos videoclubes lonxe agora, a realidade da "city", é obtusa e imparábel. Sen embargo, asisto con certo estupor a este proceso pois, acaso non eran esas persoas que abriron os videoclubes emprendedoras abertas e innovadoras que souberon albiscar a posibilidade dun negocio que sería fructífero e duradeiro? como é que agora non son esas mesmas persoas quen de modular o negocio e vencer ao fado putañento que todo o devora? Fotocopias, latas de refrescos, bocadillos nocturnos, preservativos... coido que teñen intentado de todo. Mais se cadra non era vender a alternativa.
Os videoclubes, o mesmo que os cines nos sesenta e nos setenta (e ainda nos oitenta e noventa co permiso dos videoclubes) eran fábricas de sonos, experiencias inesquecíbeis para grandes e nenos. E nin as gominolas, nin as fotocopias, nin as cervexas de lata lle chegan a altura dos zapatos...
R. I. P.

9 may 2014

Adiós, Lautrec

Hoy he leído en mi muro de Facebook (en el perfil del Soundkilla) que ha cerrado (o cierra) el Lautrec. No me coge por sorpresa, como a ninguno de los que vivimos en esta ciudad veleta, marcada por el compás de los vientos cambiantes de la city, sea esta Madrid, Londres o Carcelona. Hace ya tiempo que dejé de frecuentarlo, al igual que el resto de bares de la zona, y no sin cierto alivio por no tener que aguantar ya más a los especímenes que la habitaban, con su falta respeto por todo aquello que no signifique "hombre", "macho", "depor" o "follar". Y me refiero al género masculino pues también responden al mismo las que portan vaginas y tetas pero comparten tan honrosos principios.
Recuerdo que las últimas veces que pisé el Lautrec (al final del verano de 2012) ya no había sorpresas en el ambiente. Todo permanecía igual, y entiéndase por igual el estado en el que permanecen las cosas que no se cuidan, que simplemente se desgastan con el paso del tiempo. Incluso la música, su eterno atractivo, dejaba ya de sonar fresca y ambiciosa, con algunos guiños al mal gusto y a lo rancio. Sí, el Lautrec era rancio.
Quién sabe cuánto de rancio tenía el Lautrec o mi yo anterior, que tan buenos ratos había disfrutado entre aquellas paredes enfundadas de carteles de películas, subido a aquella tarima ridícula con todos los amigos que jugábamos a navegar por el cosmos de la mano de las sustancias más originales que podíamos conseguir.
El Lautrec me enseñó muchas cosas. Algunas buenas, otras no tanto. Dj Kicks, Ricardo Queso, Shantel, Caravan Palace están entre las mejores, aunque algunos insistimos una y otra vez en que "en el bar de Toñito sonaban antes". Otras, como mi amigo Borja meando en la barra del bar y automáticamente expulsado por el Solete, como aquella noche que decidí cansarme del amor y besar a la primera que se dejó, como los arrebatos de furia de Juanillo (o de su novia, eso nunca lo sabremos), como la siempre desagradable actitud del personal hacia nuestra pandilla o los miles de euros gastados en cerveza (no siempre fría) y copas insípidas, no tanto.
Pero un día, el 24 de julio de 2012, para ser más exactos, decidí acabar con lo bueno y lo malo. Del Lautrec y de todo. Era el último día. Eso, para aquellos que lo hemos vivido, es fácil de saber. Atrás habían quedado todos los amigos, sólo había noche y cansancio. Entré en el cuarto de baño como otras muchas veces (no soy amigo de vaciar la vejiga en la calle, ni en la barra del bar...) vigilado por el pincha y por el resto del personal. Sólo. Cerré la puerta y valoré las posibilidades del lugar: objetos cortantes, sustancias venenosas... no era el sitio. Meé y salí. Pedí una cerveza. Ese día todo cambió. Realmente era el final, aunque no tanto, o más bien no del todo. Conocí a una mujer que brillaba en medio de tanto gris como si su presencia fuera extraña o circunstancial (que lo era). Bailaba. Reía. Imitaba cada uno de los movimientos de mi torpe cuerpo con una gracia incomparable. "Tu amiga es muy simpática", le dije a la chica que estaba con ella. El resto es otra historia y deberá ser contada en otro momento, como diría Michael Ende. En realidad ya la he contado en un post anterior: http://www.baixacultura.com/2012/10/el-amor-toda-velocidad.html
Ese día pasé a ser David Lautrec. Y así fue durante un buen tiempo, hasta que por fin me deshice de tan artístico apellido para ser de nuevo David a secas. Aquello me reconcilió con muchas cosas que creía perdidas. El Lautrec me salvó del propio Lautrec. Y le dije adiós, no sin cierta incongruencia, pero adiós.
Hoy nos dice adiós él. Adiós Lautrec. Buen viaje.

18 jul 2013

En-ajenado

Decía Barthes, o no... y si acaso no lo llegó a escribir valgan estas líneas como apéndice tartamudeante a un discurso incompleto y apenas visitado como el amoroso:

EN-AJENADO

1. El cuerpo del amado horadado por las palabras del Otro, impregnado de un sudor literal, repugnante por lo ajeno, una textualidad irreconocible, se convierte en un ob-jeto prohibido, arrojado hacia el mundo de los demás.
Los juegos amorosos en los que uno no asume un papel protagonista, aun ignorados por el amado, incluso en su versión más minimalista, convierten el universo íntimo construido tras meses o años de caricias y confesiones en una farsa, una comedia en la que el Yo, henchido y orgulloso, se niega a participar, no sin culpa, y retira todos los adornos que hasta un instante antes adornaban su cuerpo y sus hábitos. Me destierro, me en-ajeno.

2. En un descuido, la pantalla del teléfono muestra un nombre extraño. De repente, todas nuestras debilidades, nuestros complejos, se justifican en la debilidad relativa frente a ese nuevo personaje que acaba de aparecer en nuestra historia de amor. Aquella llamada que no hicimos, aquel regalo que decidimos no adquirir, el día que no cumplimos con nuestro calendario deportivo, ese encuentro sexual fallido, todo cobra de repente un sentido único e inequívoco. Ya no somos dignos de el amor que se nos ofrece ahora incondicionalmente, entre sollozos. El rostro del amado se convierte en la prueba definitiva de nuestro fracaso.

3. X enloquece y, sin reproches, en voz baja, se dirije al cuarto contiguo, con la intención de vacíar el frasco del veneno y acabar con todo. Sin embargo, un acto necesariamente irreflexivo se convierte en un ejercicio de maña inesperado: el frasco está atascado y X precisa de toda su pericia para solventar el que seguramente será el último problema de su vida. Su orgullo, ficticiamente pisoteado un momento antes, se convierte ahora en una fuerza sobrehumana que le lleva a completar su intento de suicidio satisfactoriamente.
X busca en rincón más oscuro de la casa para fallecer, pero la sensación del veneno en el estómago le previene del doloroso trance al que se va a enfrentar y decide vaciar su estómago, forzando el vómito. X se siente ahora por fin tan miserable como deseaba: enfermo, las convulsiones y los temblores duran casi toda la noche y le sirven para ratificar lo que hace unas horas había imaginado tras esa llamada perdida. No merece ser amado.

18 ene 2013

Otra oportunidad

Un breve relato escrito hace tiempo para El Ideal de Granada:

El nunca te la ha dado. Ahora es un recuerdo fotográfico aquella sonrisa el día que tu amiga inmortalizó un abrazo inocente en la sala de fiestas, tan encendidas las luces, las ocho y media en el reloj. Pero merecía la pena; a ti te gustaban más los que se demoraban en el baile hasta que anochecía el verano en la vega, ellos tenían manos firmes, brazos atléticos de hormigón, delicados sobre el talle también. Lo del coche ya era otro cantar, mejor apresurarse y coger todavía el 'trole' de las y media. En verdad era tan romántico. Esa foto y también aquella en Mónsul, ya ceñido el abrazo: las sardinas, la arena en el pan, aquel tropezón tan poco accidental, y tú en lo alto, ahora él. Lo amabas, ¿recuerdas? Sí. Tanto. Aquella enfermera apresurada que eras, que en la casa faltaban las perras y ya tus padres escatimaban tanto correr de aquí para allá: ¡qué dieciocho años más hermosos tenías! En verdad tu padre temía más por los mozos que te pretendían, sí, que ya él sabía cuando le tomabas el brazo en la plaza, los domingos, que aquellas sonrisas de sus compadres no se debían tanto a las correrías en común y los años de taberna como a las piernas de su niña no tan niña ya. Pero la mejor era la de la boda de Encarna, porque para algo habías estado tres semanas cosiendo sin parar, aún recuerdas como se quejaba tu madre por esa afición perdida años atrás; siempre habías sido buena con la costura. En el centro tú, tan brillante, con alegría para los trescientos invitados, que ya se veía venir. Con qué envidia se escondían en el vermouth tus compañeras de clase, ellas tan estiradas, ahora se escondían entre los hielos para vigilar cada movimiento de tu vestido, y también de sus manos, ¡qué caricias no te faltaban! Y él junto a ti. El pelo hacia atrás y la nuca y las patillas recién afeitadas, con aquel traje que habíais ido a comprar, tú y su madre. Un gran chico, sí. Te llevas lo mejor de mi casa, él se merece todo. Y a los seis meses, de blanco, en otra mano aparece aquella instantánea, hipócrita frente al cura, que bien sabía el párroco también los apuros que pasabas ya. Pero era todo tan complicado, entre el trabajo , y ahora lo del compromiso, él que siempre había sido muy independiente: ¡normal!, trabajando desde los doce añitos que llevaba la criatura. Cuestión de tiempo, de estabilizarse, los dos, en la casa, juntos: eso era lo más importante. Y lo fue, treinta y dos años juntos. Pero ya no. Nunca más. No le des otra oportunidad. El no te la ha dado.

30 oct 2012

El amor a toda velocidad

Aquella noche llevaba el pecho lleno, de humos y de flores. Los amigos caían como las horas: en los bares, en las aceras, en las puertas de las casas... Y allí entré yo, con el billete de 20 euros doblado en la riñonera, ganas de bailar y un fumadón del trece. ¡Cuántas luces! Nadie conocido. Busque el rincón de siempre, a la vuelta del baño, sin venenos esta vez, y colgué la chaqueta en el perchero improvisado con la escuadra metálica.
Tú bailabas. Yo también. En 30 segundos estábamos bailando. Me gustó todo de ti, menos tu nombre. Compartimos cerveza, aunque luego sabría que la Heineken no te gustaba. La bebiste. Yo también.
Y desapareció el resto del mundo, y tú con ellos, apenas tres letras en mi despedida, apurada, callejeando mi barrio, casi olvidado.
Muy underground, pensé, no vendrás. Allí abajo estábamos los perdidos de siempre. Reía, de mí, de todo, de Viveiro. Y llegó él. Apurado, con sombrero, pero sin sombrilla. Venía casi jadeante y sonriente. No lo había visto hasta ese momento. Te están buscando, me dijo. Ya no pregunté más. Todo era tan underground... Apareciste. Por primera vez.
Ella dudaba, y tú reías y reías. Y me besaste, porque yo te besé. Y me acompañaste, porque yo te invité. Y me volviste a besar, y te caías, y me caía, junto a la puerta del museo. Era ya de día.
Mi coche no llegaba a ninguna parte. Las playas iluminadas, los coches en la puerta, los jubilados paseando los perros ya. Las croquetas de arena. Rebozados. Con los pantalones por la rodilla. Tomaremos un café... pero a ti no te gusta el café, y yo quiero té. Mejor hubiera sido quedarse en Adelaida Muro, me dijiste, sonriendo. Y ya nunca más dejaste de hacerlo. Yo tampoco.
No recalenté una sopa, ni había vino tinto, ni pan, ni salchichón... pero sí melón. Y llenaste de arena la manta. Pero no dejaste ni un pelo. Desnudo. Tú también. A golpes, sin querernos aún. Te comí todo. Los pechos diminutos, tu sexo empapado. Follamos. Eyaculé en tu vientre. Primero. Y luego demasiado pronto. Era sólo medio segundo más, dijiste.
El móvil sonaba. Tú no te querías ir. Pero nos fuimos, vestidos apenas, con la cara llena de besos. A la puerta de tu casa. No soltaste prenda. Prometiste llamar... o escribir. Y tu voz no llegaba, hasta que llegó. Porque la esperaba con toda el ansia que el pecho me permitía. Yo recolectaba flores de anís y tú me reprochabas las playas y el día. Y los números también. Uno sólo. 
Todo se apagó entonces. Los arboles incluso. Y pasó el tren, tan rápido que todo sucumbió a su paso. Yo llevaba la pierna dentro, y comencé a golpearme con las traviesas: clonk, clonk, clonk... Tú a toda máquina, con los rizos al viento, ignorándome. Sube si quieres, decías, pero aquello no frenaba. Y todo tan rápido, que una semana duraba un año, y un mes casi una vida. Lo demás está escrito, fragmentado, en mil territorios, en Verdes, y en Azules... primero los días, y las noches... y luego las noches. Secuestrado del sol. Somnoliento, a 1000 kilómetros y en la puerta de mi casa. Ahora te amo. Y tú también.

Armuño, un tiempo después

29 ago 2011

13 jun 2011

Arquitectura Open Source

Nuestro compañero Daniel Villalonga acaba de publicar su Proyecto Fin de Carrera (ETSAM, 2011) en la web http://pfccommons.org/, donde se alojan muchos proyectos que buscan una vida más allá del cajón o del archivador de algún departamento de Escuela de Arquitectura.


Podéis consultarlo en la web http://pfccommons.org/educat/plaza-y-centro-musical-en-cuatro-caminos-madrid/, con mucho material multimedia.
El proyecto consiste en un centro musical que cubre las necesidades de artistas y vecinXs, integrando la plaza en el barrio y dinamizando la creación artística y la participación de lXs vecinXs.

30 may 2011

La basura en El Marquesado, Puerto Real, Cádiz

Escribo este post (alejado de la temática habitual del blog) con el mero interés de llamar la atención a los responsables políticos (y vecinales) de la situación de deterioro en la que se encuentra la barriada del Marquesado (Puerto Real - Cádiz). No es la primera vez que denunciamos la ausencia de un plan de recogida selectiva de residuos, ni el estado de los contenedores, así como su escasez.
Sin embargo, más allá de denunciar las deficiencias estructurales, lo que pretendo con este post es llamar a la conciencia ambiental de los vecinos y solicitarles que depositen los residuos dentro de los contenedores, puesto que el espectáculo es bochornoso, además de suponer un grave riesgo para la salud pública y provocar la existencia de accidentes que normalmente acaban con la muerte de muchos animales que acuden a este lugar para comer residuos orgánicos de las bolsas que no se depositan en el interior de los contenedores. Los contenedores están totalmente vacíos en algún caso, mientras la basura se encuentra esparcida por los alrededores, como una broma de muy mal gusto.
Demando el diseño y ejecución de una campaña de concienciación entre lxs vecinxs de la barriada, para que estas situaciones no se repitan.










14 mar 2011

Curriculum con Realidad Aumentada

Si crees que un par de folios no hacen justicia a tus capacidades para afrontar una oferta laboral ya tienes la herramienta que te facilitará poder realizar una presentación a tu posible empleador sin necesidad de concertar una cita: el CV en realidad aumentada.

Utilizando FLARtoolkit, port de ARToolkit para Flash desarrollado por Saqoosha y Papervision, herramienta OpenSource para hacer video en ActionScript o tienes muy fácil.

Aquí os dejo un tutorial para los que se quieran animar: http://saqoo.sh/a/en/flartoolkit/start-up-guide

y un vídeo de ejemplo:


20 feb 2011

Exprópiese!, el último disco de la F.R.A.C

Recomendación musical de la más exquisita procedencia. No dudes en descargártelo, copiarlo, samplearlo y re-editarlo las veces que quieras, seguro que la F.R.A.C. (Fundación de raperos atípicos de Cádiz) te lo agradecerá.
Ahí va el vídeo de "Odio eterno al fútbol moderno", no tiene desperdicio!!





Podéis descargar el disco completo en: http://www.mediafire.com/?r2dlwzvdmkjcc9g

19 dic 2010

Mucho más, Don Enrique

Hacía un frío de mil demonios. Octubre apuraba ya sus últimos rayos de terraza, ensayando a aquellas horas el manto de luz sobre los adoquines. Todavía no estaba helado el camino que, desde la fábrica de armas e incluso desde la sierra de Huetor, me traía balanceándome, dormitando, sobre la moto. Mis manos estaban dormidas desde la mañana anterior: sin duda la situación se estaba haciendo ya insostenible para mi salud.
A estas horas no cruzaban los críos la carretera en las Peñuelas. Menos mal. No podría frenar ya. Una cuesta, otra más empinada aún. Pasé frente al instituto cerrado, sin albarabía. No helaba. Menos mal. Semáforos, otra cuesta, más semáforos. Aparqué junto a la sucursal. Lo bueno de la oficina de Pajaritos es que la moto estaba siempre vigilada.
Saludé y recibí al menos veinte saludos antes de quitarme la cazadora, los guantes y el casco. Todas estaban ya allí. Malhumoradas, sonrientes, todas de azul y amarillo. Empujé la jaula hacia un rincón y me abrí un hueco frente a los casilleros, frente al distrito 14. Alberto había vuelto ya. Me miraba de reojo mientras estiraba los brazos hacia los casilleros de su mesa. Cabrón. Seguramente no se levantaría ya, esperando a recibir los sobres de su zona de reparto clasificados, con medio correo embarriado. Estos eran los que luego se quejaban de que venía mucho trabajo, cuando ni siquiera un día flojo parecían tener sangre en las venas. Claro. Ellos eran funcionarios.
Durante media hora empujé insistentemente cientos y cientos de folletos, revistas, paquetes y algún sobre de tamaño suficiente como para haber terminado en las cajas grandes. Venga, y venga, y venga. Ya casi nunca cantaba una dirección, en parte porque me las había aprendido, sí... pero también porque me resultaba indiferente que Doctor Fedriani fuese de José Luis o de Estrella. Mis manos seguían dormidas, los dedos insensibles me ardían y parecían querer expandirse más allá de la epidermis. Terminé de tirar "general" y recogí dos cajas de correo chico, que algún buen compañero me había dejado junto a la pierna derecha.
Cuando llegué a mi mesa la vi.
...

No recuerdo bien si fue antes o después de entrar en el bar de la gramola. Creo que quizá veníamos de la facultad. A lo mejor con Rodrigo. No lo recuerdo. Subimos dos o tres plantas y timbramos. Dentro sonaba la música y me pareció reconocer la voz de los manueles. Sobre la mesa, llena de harina, un chico de gafas de pasta negras se empeñaba en estirar una masa blanquecina, rota y deshilachada. Hola. Hola. Hola. Qué tal. Todo estaba sucísimo, eso sí lo recuerdo perfectamente.
Qué!, tío! Te quedarás en Santiago hoy? No sé. Creo que no. Todavía hay un tren a las ocho y cuarto. Cuánto tardo hasta la estación? Diez minutos.
Un manuel rebuscaba en una especie de libro, repleto de cedés, sin carátula la mayor parte. Todos eran originales. Qué es? Tu famosa colección de música moderna? Me reí, y manuel respondió muy serio, como él hacía cuando hablaba de las cosas importantes: Claro. Quieres echarle un ojo?
Me senté en uno de los sofás, encima de alguna camiseta, y empecé a hojear aquel libro pesadísimo. Pop, pop y más pop. Me sonaban aquellos nombres de las conversaciones que alguna vez había presenciado entre Manuel y Fernando, y Paula también. Spiritualized, Mogwai, Tortoise... a mí me sonaban a chino. Mira!, interrumpió Manuel de repente, a lo mejor te gusta esto. Sacó con el pulgar y el índice un cedé del libraco y lo introdujo en un radiocassette azul, con un reproductor de cedé en la parte superior. Apretó el botón de eject sin haber parado la reproducción y la tapa saltó, mostrando un disco girando todavía, zumbando mientras daba ligeros saltitos. Lo retiró con la otra mano e insertó el cedé que tenía entre los dedos con una precisión pasmosa. Cerró la tapa y pulsó el botón de play.
Allí estaban todos ya.
...

No me lo podía creer. Ja! Recuerdo la vez que encontré un paquetito para Balseiro. Aquello había sido grande. Casualidad total. Pero bueno, al final, ni siquiera lo pude saludar. Creo que escribí una notita en la parte inferior del paquete, no sé. No lo recuerdo. Pero esto era distinto.
Sociedad general de autores. La SGAE. Bueno, en fin. Qué más daba! Tenía un sobre inmenso encima de la mesa, sobre dos cajas de sobres apretados. En letras manuscritas se podía leer: Enrique Morente.
...

Todos cambiaron de repente su actitud. Como si en aquella habitación hubiera entrado alguien realmente importante. El que líaba un porro comenzó a atusar el papel cuidadosamente, preocupado ahora por el detalle que hace apenas un segundo no significaba nada. El que fregaba los restos de lentejas y mondas de tomate cerró el grifo, temiendo molestar ahora, cuando antes ni siquiera los gritos de las conversaciones le daban a entender que aquello que tan voluntariosamente hacía estaba fuera de lugar, o de tiempo. Manuel sonreía, levantándose hacia el interruptor de la luz. Apagó el fluorescente de la cocina y también la lámpara de la mesita junto a la ventana. Ya sonaba el disco. Parecía una marcha militar. De fondo sonaba una guitarra distorsionada. Era una distorsión artificial, de pedal barato. Nada que ver que las válvulas del Marshall de Manuel. Encima de la mesa estaba el cuardernillo del cedé. Lo cogí, y todos siguieron mis manos, como esperando el asombro, el romper de la voz, los coros que no haría, por supuesto.
Omega. Lagartija Nick. Morente. Lorca.
No pude compartir la ceremoniosidad del momento con ellos. Pero supe que algo importante acababa de suceder.
Escuchamos otro tema más, que yo ya conocía. Lo tenía en una cinta marrón que Rodrigo se había dejado voluntariamente en mi coche. Tierra y luna. Leonard Cohen, Mina, Bregovic. Era un tango que ya dominaba, es decir, mi torpeza ya podía acompañar el compás de la canción sin que las palmas molestaran. Me gustaba dar palmas. Aquel día di palmas también. Daba palmas mejor que ninguno. Claro. Yo era medio gitano. Eso se nota.
...

Aparqué la vespa en la plaza. Había cartas para el cinco, el doce y el ocho. Timbré en el ocho, y corrí hacia la parte baja de la plaza, para introducir el correo del cinco bajo la puerta. La señora Angustias asomó a tras la puerta del número ocho. Hola. Cuchi el correo! Qué me traaae. Nada del otro mundo Angustias, dos certificados de la Junta. Las cartas de amor no las he escrito todavía. Pero estese tranquila, mujer, que necesito tiempo. Porque usted quiere algo bien bonito, no? No le valdrá a usted cualquier cosa? No? Ella sonreía y tomaba el recibo rosáceo entre sus manos, cogiendo el bolígrafo con torpeza. Tenía las manos secas y arrugadas, y frías.
Con un movimiento repetido miles de veces hice resbalar las gomas hacia la muñeca y tomé el atado de cartas con la mano derecha. Subí el carril de San Miguel repasando los primeros sobres, contando en voz baja los pares, hasta el 8. Creo que no había ni 10 ni 12. Debí haber subido con la moto, había más cuesta de la que yo pensaba. Pero la moto liaba un escándalo... y aquello no era como para dar la nota. Caminar era más elegante. Avanzaba a zancadas, observándome las botas, ennegrecidas. Caminé un par de minutos por el empedrado hasta la puerta marrón y timbré. Esperé un rato. Un poco más arriba estaba el cartel que decía "Cerro de palomares". A esta hora todavía no habría nadie, aunque bueno, ahora que habían hecho las escaleras a lo mejor ya había "tráfico" sacromontino. Timbré otra vez. Nada. Timbré de nuevo, y justo al separar el dedo del timbre comencé a oir el crujido de una puerta al otro lado del patio. Supe que había un patio porque el crujido retumbó, como un timbal destensado. La puerta era bastante alta, no había manera de ver nada. Alguien empezó a manipular la cerradura al otro lado y la puerta se abrió hacia dentro.
...

Y tu armadura se convierta en encaje.
...

Tenía la voz tomada. Carraspeo varias veces antes de decir una palabra. Es para usted Don Enrique, le dije. Todavía no sé por qué. No solía yo llamar a la gente de Don. No sé por qué lo hice. Supongo que me impresionó aquél hombre adormilado, con un batín cruzado y las zapatillas. Olía a cama. Me pareció un poco impúdico acercarme tanto cuando tomó el sobre. Firmó sobre la pegatina y me devolvió el bolígrafo. Yo tardé todavía un poco en arrancar la pegatina del sobre. La pellizqué por detrás, como me había enseñado mi amigo Patiño. Si la pellizcabas por delante se rompía, y, bueno, no quería romper un autógrafo Morente!
Algo más?
No sé por qué no hablé en ese momento. Podría haberle contado aquella tarde en un piso de la Ronda de Nelle, podía haberle hablado también del licor café, o mejor aún, haberle traído una botella. No dije nada. Ni le conté que el francés también me había acompañado alguna madrugada en la peña del Niño. El Niño de las Almendras. A mí me gustaba mucho cantar la de los pícaros tartaneros. Le hacía gracia al Toti. Podía haberle hablado de la piazza del Gesú, o de San Doménico. De la birra Peroni, de los cornetti de nutella y de las noches en el Cavone con Jaime y su grandilocuente acento sevillano-napolitano.
Podía haberle dicho tantas cosas. Pero nada. Ni una palabra. El terminó cerrando la puerta, aunque yo seguía allí de pie. No es que me diera con la puerta en las narices. Yo lo sé. Quizá no le importó que me quedara allí de pie, pero claro, él tendría cosas que hacer, y yo no le decía nada ya.
Algo más? Mucho más, Enrique. Mucho más.