
La palabra panóptico apareció en mi vocabulario allá por el año 98, peleando contra la Institución Educativa por hacerme un hueco en la insufrible maraña de precariedades organizadas que conforman el (sabio) mercado laboral. En aquel tiempo era menester "gestionar" con gran diligencia las 35000 pesetillas que mi familia (hermano, padres, abuelos,...) facilitaba para tan noble causa, a saber, labrarse un futuro (una comuna de seis personas, los quesos de tetilla y los chorizos de casa permitían, junto con las verduleras de la plaza de abastos que los niveles de hierro se mantuviesen dentro de lo saludable). En esa precariedad "relativa" (pues la elasticidad de las pesetas de aquella época era increible) comencé a frecuentar lecturas tan anódinas como los anuarios del Banco de España u otras fuentes igualmente aburridas e insulsas. Yo quería ser como Michel Foucault o Roland Barthes, hasta flirteaba con los buenos mozos que convivían conmigo intentando despertar un germen de homosexualidad latente, pero nada... ni mi capacidad investigadora estaba a la altura del calvo insigne, ni mi prosa era tan sensual como la del francecito peleón, ni mis microensayos pasaban de ser folio y tinta.
En aquel entonces una prisión se convirtió para siempre en una máquina atravesada en su conjunto por estrategias de poder-dominación. Poco a poco he ido ampliando esa concepción Benthamiana a otros "artefactos" más o menos panópticos, como la Universidad (el aula), las discotecas (manguta incluído), las ciudades, Internet,...
Aquel hombrecito siniestro, vestido "a la republicana", que tanto me recordaba a la hormiga Ferdi me mostró en sus incomprensibles lecciones que la filosofía podía ser todo lo que uno quisiese de ella, pero nunca una servil herramienta para la dominación. Comprender aquellas lecciones (ahora sé que el pobre Foucault no tenía demasiada culpa) era un ejercicio excesivo para nuestras mentes embotadas de kalimotxo, licor-café y ácido lisérgico. Aquellas tardes de Moral (ese era el nombre que recibía la asignatura en el plan de estudios, nombre que nunca nadie se atrevió a cuestionar) podían ser un suplicio de dos horas o una liberación infinita.
Muchas gracias,... Michel.
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