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18 jul 2013

En-ajenado

Decía Barthes, o no... y si acaso no lo llegó a escribir valgan estas líneas como apéndice tartamudeante a un discurso incompleto y apenas visitado como el amoroso:

EN-AJENADO

1. El cuerpo del amado horadado por las palabras del Otro, impregnado de un sudor literal, repugnante por lo ajeno, una textualidad irreconocible, se convierte en un ob-jeto prohibido, arrojado hacia el mundo de los demás.
Los juegos amorosos en los que uno no asume un papel protagonista, aun ignorados por el amado, incluso en su versión más minimalista, convierten el universo íntimo construido tras meses o años de caricias y confesiones en una farsa, una comedia en la que el Yo, henchido y orgulloso, se niega a participar, no sin culpa, y retira todos los adornos que hasta un instante antes adornaban su cuerpo y sus hábitos. Me destierro, me en-ajeno.

2. En un descuido, la pantalla del teléfono muestra un nombre extraño. De repente, todas nuestras debilidades, nuestros complejos, se justifican en la debilidad relativa frente a ese nuevo personaje que acaba de aparecer en nuestra historia de amor. Aquella llamada que no hicimos, aquel regalo que decidimos no adquirir, el día que no cumplimos con nuestro calendario deportivo, ese encuentro sexual fallido, todo cobra de repente un sentido único e inequívoco. Ya no somos dignos de el amor que se nos ofrece ahora incondicionalmente, entre sollozos. El rostro del amado se convierte en la prueba definitiva de nuestro fracaso.

3. X enloquece y, sin reproches, en voz baja, se dirije al cuarto contiguo, con la intención de vacíar el frasco del veneno y acabar con todo. Sin embargo, un acto necesariamente irreflexivo se convierte en un ejercicio de maña inesperado: el frasco está atascado y X precisa de toda su pericia para solventar el que seguramente será el último problema de su vida. Su orgullo, ficticiamente pisoteado un momento antes, se convierte ahora en una fuerza sobrehumana que le lleva a completar su intento de suicidio satisfactoriamente.
X busca en rincón más oscuro de la casa para fallecer, pero la sensación del veneno en el estómago le previene del doloroso trance al que se va a enfrentar y decide vaciar su estómago, forzando el vómito. X se siente ahora por fin tan miserable como deseaba: enfermo, las convulsiones y los temblores duran casi toda la noche y le sirven para ratificar lo que hace unas horas había imaginado tras esa llamada perdida. No merece ser amado.

14 oct 2009

Love is evil, según Zizek



Procrastinando en las horas que me llevan del tedio laboral al tedio laboral he estado revisitando un vídeo de Zizeky me encuentro muy cómodo con algunas de sus afirmaciones, ambos tenemos un horizonte cultural similar (aunque no comparto su afición a la música culta) y ello me hace asumir sus postulados como algo divertido. Porque Slavoj, eres un tipo divertido,¿ lo sabes verdad? Ese inglés correctísimo con acento de Caión me apasiona.
La locura de Zizek, legible en su modo de hablar, en su vehemencia, es algo que echo de menos en mi monótono trabajo como gestor de proyectos/creativo/administrativo. Es la locura del adolescente de ojos brillantes del que tu compañero de piso se enamora. La locura del que ha decidido ser. Una pasión intacta por la vida, como la que Cioran sentía por Bach, como la que yo mismo siento por la fiesta.

27 abr 2008

Panóptico


La palabra panóptico apareció en mi vocabulario allá por el año 98, peleando contra la Institución Educativa por hacerme un hueco en la insufrible maraña de precariedades organizadas que conforman el (sabio) mercado laboral. En aquel tiempo era menester "gestionar" con gran diligencia las 35000 pesetillas que mi familia (hermano, padres, abuelos,...) facilitaba para tan noble causa, a saber, labrarse un futuro (una comuna de seis personas, los quesos de tetilla y los chorizos de casa permitían, junto con las verduleras de la plaza de abastos que los niveles de hierro se mantuviesen dentro de lo saludable). En esa precariedad "relativa" (pues la elasticidad de las pesetas de aquella época era increible) comencé a frecuentar lecturas tan anódinas como los anuarios del Banco de España u otras fuentes igualmente aburridas e insulsas. Yo quería ser como Michel Foucault o Roland Barthes, hasta flirteaba con los buenos mozos que convivían conmigo intentando despertar un germen de homosexualidad latente, pero nada... ni mi capacidad investigadora estaba a la altura del calvo insigne, ni mi prosa era tan sensual como la del francecito peleón, ni mis microensayos pasaban de ser folio y tinta.
En aquel entonces una prisión se convirtió para siempre en una máquina atravesada en su conjunto por estrategias de poder-dominación. Poco a poco he ido ampliando esa concepción Benthamiana a otros "artefactos" más o menos panópticos, como la Universidad (el aula), las discotecas (manguta incluído), las ciudades, Internet,...
Aquel hombrecito siniestro, vestido "a la republicana", que tanto me recordaba a la hormiga Ferdi me mostró en sus incomprensibles lecciones que la filosofía podía ser todo lo que uno quisiese de ella, pero nunca una servil herramienta para la dominación. Comprender aquellas lecciones (ahora sé que el pobre Foucault no tenía demasiada culpa) era un ejercicio excesivo para nuestras mentes embotadas de kalimotxo, licor-café y ácido lisérgico. Aquellas tardes de Moral (ese era el nombre que recibía la asignatura en el plan de estudios, nombre que nunca nadie se atrevió a cuestionar) podían ser un suplicio de dos horas o una liberación infinita.
Muchas gracias,... Michel.