30 oct 2012

El amor a toda velocidad

Aquella noche llevaba el pecho lleno, de humos y de flores. Los amigos caían como las horas: en los bares, en las aceras, en las puertas de las casas... Y allí entré yo, con el billete de 20 euros doblado en la riñonera, ganas de bailar y un fumadón del trece. ¡Cuántas luces! Nadie conocido. Busque el rincón de siempre, a la vuelta del baño, sin venenos esta vez, y colgué la chaqueta en el perchero improvisado con la escuadra metálica.
Tú bailabas. Yo también. En 30 segundos estábamos bailando. Me gustó todo de ti, menos tu nombre. Compartimos cerveza, aunque luego sabría que la Heineken no te gustaba. La bebiste. Yo también.
Y desapareció el resto del mundo, y tú con ellos, apenas tres letras en mi despedida, apurada, callejeando mi barrio, casi olvidado.
Muy underground, pensé, no vendrás. Allí abajo estábamos los perdidos de siempre. Reía, de mí, de todo, de Viveiro. Y llegó él. Apurado, con sombrero, pero sin sombrilla. Venía casi jadeante y sonriente. No lo había visto hasta ese momento. Te están buscando, me dijo. Ya no pregunté más. Todo era tan underground... Apareciste. Por primera vez.
Ella dudaba, y tú reías y reías. Y me besaste, porque yo te besé. Y me acompañaste, porque yo te invité. Y me volviste a besar, y te caías, y me caía, junto a la puerta del museo. Era ya de día.
Mi coche no llegaba a ninguna parte. Las playas iluminadas, los coches en la puerta, los jubilados paseando los perros ya. Las croquetas de arena. Rebozados. Con los pantalones por la rodilla. Tomaremos un café... pero a ti no te gusta el café, y yo quiero té. Mejor hubiera sido quedarse en Adelaida Muro, me dijiste, sonriendo. Y ya nunca más dejaste de hacerlo. Yo tampoco.
No recalenté una sopa, ni había vino tinto, ni pan, ni salchichón... pero sí melón. Y llenaste de arena la manta. Pero no dejaste ni un pelo. Desnudo. Tú también. A golpes, sin querernos aún. Te comí todo. Los pechos diminutos, tu sexo empapado. Follamos. Eyaculé en tu vientre. Primero. Y luego demasiado pronto. Era sólo medio segundo más, dijiste.
El móvil sonaba. Tú no te querías ir. Pero nos fuimos, vestidos apenas, con la cara llena de besos. A la puerta de tu casa. No soltaste prenda. Prometiste llamar... o escribir. Y tu voz no llegaba, hasta que llegó. Porque la esperaba con toda el ansia que el pecho me permitía. Yo recolectaba flores de anís y tú me reprochabas las playas y el día. Y los números también. Uno sólo. 
Todo se apagó entonces. Los arboles incluso. Y pasó el tren, tan rápido que todo sucumbió a su paso. Yo llevaba la pierna dentro, y comencé a golpearme con las traviesas: clonk, clonk, clonk... Tú a toda máquina, con los rizos al viento, ignorándome. Sube si quieres, decías, pero aquello no frenaba. Y todo tan rápido, que una semana duraba un año, y un mes casi una vida. Lo demás está escrito, fragmentado, en mil territorios, en Verdes, y en Azules... primero los días, y las noches... y luego las noches. Secuestrado del sol. Somnoliento, a 1000 kilómetros y en la puerta de mi casa. Ahora te amo. Y tú también.

Armuño, un tiempo después

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