18 ene 2013

Otra oportunidad

Un breve relato escrito hace tiempo para El Ideal de Granada:

El nunca te la ha dado. Ahora es un recuerdo fotográfico aquella sonrisa el día que tu amiga inmortalizó un abrazo inocente en la sala de fiestas, tan encendidas las luces, las ocho y media en el reloj. Pero merecía la pena; a ti te gustaban más los que se demoraban en el baile hasta que anochecía el verano en la vega, ellos tenían manos firmes, brazos atléticos de hormigón, delicados sobre el talle también. Lo del coche ya era otro cantar, mejor apresurarse y coger todavía el 'trole' de las y media. En verdad era tan romántico. Esa foto y también aquella en Mónsul, ya ceñido el abrazo: las sardinas, la arena en el pan, aquel tropezón tan poco accidental, y tú en lo alto, ahora él. Lo amabas, ¿recuerdas? Sí. Tanto. Aquella enfermera apresurada que eras, que en la casa faltaban las perras y ya tus padres escatimaban tanto correr de aquí para allá: ¡qué dieciocho años más hermosos tenías! En verdad tu padre temía más por los mozos que te pretendían, sí, que ya él sabía cuando le tomabas el brazo en la plaza, los domingos, que aquellas sonrisas de sus compadres no se debían tanto a las correrías en común y los años de taberna como a las piernas de su niña no tan niña ya. Pero la mejor era la de la boda de Encarna, porque para algo habías estado tres semanas cosiendo sin parar, aún recuerdas como se quejaba tu madre por esa afición perdida años atrás; siempre habías sido buena con la costura. En el centro tú, tan brillante, con alegría para los trescientos invitados, que ya se veía venir. Con qué envidia se escondían en el vermouth tus compañeras de clase, ellas tan estiradas, ahora se escondían entre los hielos para vigilar cada movimiento de tu vestido, y también de sus manos, ¡qué caricias no te faltaban! Y él junto a ti. El pelo hacia atrás y la nuca y las patillas recién afeitadas, con aquel traje que habíais ido a comprar, tú y su madre. Un gran chico, sí. Te llevas lo mejor de mi casa, él se merece todo. Y a los seis meses, de blanco, en otra mano aparece aquella instantánea, hipócrita frente al cura, que bien sabía el párroco también los apuros que pasabas ya. Pero era todo tan complicado, entre el trabajo , y ahora lo del compromiso, él que siempre había sido muy independiente: ¡normal!, trabajando desde los doce añitos que llevaba la criatura. Cuestión de tiempo, de estabilizarse, los dos, en la casa, juntos: eso era lo más importante. Y lo fue, treinta y dos años juntos. Pero ya no. Nunca más. No le des otra oportunidad. El no te la ha dado.

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